Llorar

abril 21, 2011

Quien no llora estando solo no esta vivo, no tiene conciencia, no ha despertado en él el ansia de justicia, no ha hecho suyo el sufrimiento que las generaciones van acumulando, no ha sentido un anhelo tajante de infinito, ni el deseo de amar y ser amado, romperse en los demás, hasta el abismo, deseo de un amor ilimitado…

¿Cómo no llorar, caer de bruces, arder desesperado, transido de dolor y de impotencia, cuando el mundo se incendia de nuevo como un grito y una vez más el hombre camina dividido?

¿Cómo no transpirar este dolor sublime, dolor de las constelaciones familiares, dolor de tanto muerto y tanto vivo, dolor de estar parado ante el diluvio, dolor de muelas de este mundo fiero, dolor por el amor no consumado, dolor por el dolor que no sentimos, dolor por ese muerto que camina, se viste de persona y nos limita?

¿Cómo no estar quieto y herido ante la guerra, ante la profusión sin fin de simulacros, ante el terror transido de esperanza, ante la dormición de las conciencias, ante la carcajada de la historia, ante el sin fin de pérdidas de aliento, ante la contorsión del ritmo asesinado, ante el cerrar los ojos al destino, ante el falsario que nos ilumina, ante el diván desamparado, ante el contrato roto?

Hay que llorar, dejar de analizar, dejar de pensar, de escribir, de torturar palabras, dejar de perseguir una quimera, dejar de acumular informaciones, hay que dejar que el todo nos conmueva, que se derrame sobre nuestro ego como una guillotina.

Llorar, gritar, estar de luto, morder y acariciar, vivir en la conciencia del fracaso.

Llorar por el planeta, por los frutos perdidos, por las aniquilaciones cotidianas, por la renuncia y por la pérdida de tantas emociones.

Llorar por aquel que no tiene quien le llore, por las cifras atroces de la guerra, por el hambre y los números sin nombre, cuerpos negados por un mundo ciego, un sistema cruel como una máscara, la burocratización de las conciencias, la manipulación de las miradas.

Llorar por aquel que no sabe llorar, sus lágrimas secadas son las mías, brotando en la unidad que nos conmueve.

Llorar por nosotros, por nuestra miseria de criaturas, por nuestra lenta muerte en la indigencia moral de quien se cree a salvo, llorar como un anacoreta que llora al infinito.

Como aceptación de la derrota, reconocimiento de nuestra impotencia, de nuestra nada esencial, de nuestra poca cosa, de nuestra nadería, de nuestra insuficiencia, de nuestra mala sangre, de nuestras falsedades, de nuestras proyecciones, de nuestra existencia, de nuestras engreídas construcciones.

Llorar como un amigo, como enemigo de toda enemistad, como amigo de nuestros enemigos, llorar por los crueles y los fieros, por los sicarios y sus hijos, por los próceres de la patria y sus chacales, por los torturadores y sus madres, por los negadores de la vida, por los depredadores del planeta.

Llorar como un amante, como un enamorado, como una marioneta en manos de una fuerza ilimitada, en manos del secreto que genera tanto dolor y tanta suerte ciega, tanto terror y tanto amor difuso, tanta ilusión y tanta despedida, tanta tensión y tanta primavera.

Ciego llorar del mundo acribillado, palabras de la nada que nos mueve, del mal que nos conmueve, del sol que nos tortura, del labio que nos sangra, del pecho que han cerrado las emociones imposibles, los dolores sin sentido, sin fe ni fundamento, sin rostro ni poema, sin manos ni caricias, sin alma ni paciencia.

Y los niños al sol se tuestan de pereza, se abren al tiempo como cataratas, andan con prisas hacia la alegría, se desbordan y visten despacito, caen del cielo como una promesa.

Reclaman de nosotros un poema, una caricia cotidiana, una atención precisa, una mano tendida, una palabra suave.

Reclaman de nosotros nuestro cielo, nuestro llanto de luz como una mano tendida al infinito de su vida.

Reclaman de nosotros una risa, para seguir mirando al horizonte, para seguir cantando los cantos de la tribu, para seguir danzando las danzas de la tribu, para seguir el hilo del recuerdo, el manto del recuerdo como abrigo.

No hay tiempo ya para este llanto viejo, para esta lágrima de luto, no hay tiempo para estar empecinado en tanta podredumbre y tanto duelo, en tanta muerte y tanto despilfarro, en tanta destrucción y tanto miedo.

Hay que girar los ojos hacia el niño, hacia la profusión de los instantes como un clamor divino, llamando a construir y a dar la mano, llamando a galopar a lomos de una estrella, llamando a conciliar la muerte con la vida.

Hay que ver como el ángel nos acuna, dirigir la mirada hacia la madre, ser la madre y abrirse a lo divino, parir la vida que dará más vida, parir de la conciencia como amada, como amante feroz de tanta y tanta vida, de tanto y tanto sueño, de tanto amor y tanta bienvenida.

Hay que plantar un árbol, regarlo con las lágrimas del sueño, regarlo con el agua destilada, con el dolor purificado, con la pasión atemperada, con la garganta limpia y la mirada recóndita en la vida que nace de la muerte.

Oh luz solar que anega cuanto duele, luz cenital desciende a nuestra nada, al fango de este día doloroso.

El llanto se hace fuego, se transforma en silencio luminoso, sigue manando pero no es visible, se ha transformado en llanto a lo divino, por nuestra frialdad y lejanía, por nuestra negligencia ante lo eterno, ante lo más hermoso y más logrado.

Arder en la nostalgia de otra vida, arder en el recuerdo del origen común de todo lo creado, de la Fuente de todo lo visible, de la misericordia creadora, capaz de hacer surgir el mundo en este instante, de abrir y renovar y sosegar, de unificar la muerte con la vida, de superar todo antagonismo, de colmar este tiempo con Su abrazo.

La compasión que une y nos acuna.

Un bálsamo de vida,
las lágrimas de amor que el cielo envía.

Manto de luz bordado de silencio.


La pregunta por la Poesía

enero 18, 2011

1

La simple presencia de las cosas nos incita a reconocer una distancia. Nos sitúa en el aire como objetos, en un espacio infinito, inabarcable, donde la espalda es puerta de un secreto que nos rodea y crece en lo oculto, donde el visible mundo se sabe limitado. La presencia de las cosas, ese inexplicable, nos invita al asombro. El deseo de decir nace del asombro. Plegarse a la sombra, ante la existencia, nos sumerge en una lejanía donde la definición no accede, pues ha topado con el límite que le es propio. La nostalgia nos sumerge en el misterio de nuestro nacimiento, de la creación como un hecho incuestionable. Materia traspasada de flechas que recorre la distancia infinita en un instante luminoso.

2

¿Por qué hay cosmos? ¿Alguien puede responder a esta pregunta? Nosotros sabemos que el mundo nos precede, que insinúa en sus formas la morada de todo despertar e inmortaliza aquellas pasiones que dan con la respuesta. Se trata del Sí primigenio, de la constancia de la vida mas allá de cualquier pequeña muerte cotidiana captada en la respiración del hombre. Lo inabarcable, lo inconmensurable, la presencia del mundo antes y después del ego que recorre fragmentos de sutilidad difusa. La conciencia de la majestad y la belleza de los ciclos y formas que desprende la retina, de los colores en su laberinto concéntrico despierta la energía durmiendo siglos de telaraña.

3

El poeta no se queda en esa conmoción, la reconoce y trata de atrapar el brillo, y recoger el canto de la permanencia. Oh compulsión de la materia. Abrasadora manera de andar y conciliar el sueño, recóndita rama dorada en su cuna. Oh la contemplación del día cuando muere en brazos de la amada. La terca constancia del deseo más allá de la noche satisfecha, más allá del deseo por la cosa.

4

Poema es rendición, sumisión, aceptación, entrega de la palabra humana al ritmo originario, un reflejo del canto inescrutado, de aquello que dirán los peces de las arañas, las manos de la pena y el mar de la ceniza. La sumisión de la voz al ritmo, de la materia a la Palabra. Es abandono a una fuerza muy superior al hombre, a una energía que rebosa en formas, capaz de transportarnos como un huracán a una pluma. Resistirse a su empuje es un acto irracional, completamente inútil, ilusorio. Así el poeta se abandona y cruza desiertos en busca de la fuente del lenguaje.

5

Es el primer instante de la poesía reconocer la inmensidad del mundo, la conmoción de lo durable. La poesía es ancla en medio de una noche invertebrada, cualidad de la tierna cría de cordero, tendencia a los orígenes que aclama la majestad de lo creado. La poesía eleva la plegaria desde el ego. No puede morir sin reconocer el límite preciso, el lugar de la pura maravilla, de la alabanza donde se entrecruza la paloma del pecho con la nieve. El primer poema es el llanto del niño en busca de los pechos de la madre, la respuesta materna a un gesto necesario, a una mirada ciega de ternura.

6

El poeta se busca en un atajo que desde el centro otea lo invisible. Orientarse es dirigirse al centro, proponerse a lo lejano, aprender a comunicarse con la Realidad directamente. Sin pasar por el largo camino de las ideologías, de los catecismos y los dogmas, sin tener que obedecer a ninguna autoridad externa. Renunciar a otra mediación que una Palabra capaz de traspasar el velo.

7

Al centro no se llega por el entendimiento, no se lo puede poner delante, entender y manipular como a un objeto. La Realidad nos habla con el lenguaje de los signos, y aquí está el corazón como testigo. Oh calidez de todo lo que aflora. ¿Cómo vamos a entrar en el reino de la poesía sino es viendo al mundo como lugar donde la Realidad revela su secreto?

8

En la senda del canto prevalece la apertura, el abrir los oídos y los ojos del corazón a todo lo que vive, a los florecimientos de la matriz universal. Abrirse a esa compulsión creadora que no cesa, incluso si esta florece como terremoto o como incendio. El canto se refiere tanto a la vida como a la muerte. No te consuela, te invita a aceptar la bendición y la desgracia. Signos e incendios reclaman nuestra entrega.

9

Cada día pedimos ser guiados por el camino de la poesía, y sabemos que ese camino nos dirige al lugar en donde estamos, nos lleva a penetrar en el mundo plenamente, con todo nuestro cuerpo y nuestro anhelo, como seres realizándose por medio de la escucha. Así el poeta logra el método oblicuo, la manera de hablar desde lo limitado hace sitio al decir con todo su silencio y se concibe cosa o aliento ilimitado uniendo la mirada del sol a su mirada.

10

Es necesario recordarlo a cada instante: estamos por algo y para algo, debemos vivenciar aquello que está escrito. Para acordarse al destino es necesario recogerse, separarse del ruido, del caos cotidiano. En el ruido somos aplastados, perdemos nuestra sensibilidad innata y nos dejamos atrapar por los señuelos, por los falsos valores y la posesión enfermiza. Ese mundo embrutece: embota los sentidos, hace que nuestro oído se pierda los sonidos más preciosos, que nuestro ojo se desvíe de lo luminoso hacia lo llamativo. Sólo oponiendo una visión adámica del hombre como criatura que tiene su origen en lo increado podremos volver a enraizarnos rectamente, a ocupar nuestro lugar en el cosmos cotidiano.

11

El poeta opone el canto a la técnica como medio de dominación de las conciencias. El canto nos proporciona ese momento de intimidad del cual nace la conciencia del camino. Se trata de la visión de la capacidad del hombre por guiar su vida, de un vínculo del hombre con el todo que no es el de la guerra por la supervivencia. Se trata de la capacidad de transformar lo dado, de hacer que lo real recomponga sus rasgos ante nuestros ojos. Se trata de adorar, de transformar el mundo de azar mecanicista en la maravillosa obra de un Creador que nos responde si sabemos llamarlo rectamente. Y ese llamado es una escucha, el desarrollo del sentido de la escucha más allá de lo sabido.

12

El corazón del mundo en otro plano, en otra dirección, calladamente, se ofrece a la mirada. La poesía se abre como amada. La lectura y la recitación están destinadas a provocar una resonancia interminable. El hombre libre resuena con el canto, vuelve a escuchar la voz de los orígenes, de su comienzo en lo Absoluto.

13

El poema dice: todo tiene un mismo origen, lo increado, lo anterior a ti mismo, no nacido de madre ni de padre. El poema dice: no existen mediadores. La comunicación con lo real la debes establecer directamente. Nadie te puede sustituir en ese trance, como nadie te puede sustituir en tu noche de bodas. Es tu responsabilidad mantener el diálogo vivo con tu propio origen, asumir el decreto en el silencio que precede al canto.

14

Leer el mundo, reconocer el ritmo primigenio de cada cosa en su propio desarrollo. Traspasar los velos y la sombra hacia su sentido es penetrar la realidad que nos envuelve en su naturaleza eterna. Reconocer las conexiones secretas que unen a las cosas con el todo, los lazos de la misericordia cantando aún en la muerte. Abrirse al canto es responder a una llamada, apartarse de todo aquello que trata de usurpar ese diálogo que a cada uno atañe. Adiós al capital, adiós al espectáculo, adiós a la tragedia.

15

El reconocimiento y la apertura hacia el mundo fenoménico implica la aceptación del límite y la forma, la captación de una multiplicidad que nos incluye, que el no decir denota, mariposa. Somos fragmentos de una realidad que se unifica mediante la alabanza al todo que nos guía, que nos acuna y reconduce a través de las formas. Así pues, aceptamos nuestra limitación como camino. Para hacernos conscientes de la cualidad del Uno es necesario que la Unidad se haga inaccesible. Para provocar el amor que nos impulsa, es necesario que seamos desgajados. Escuchar el canto es reconocer que la separación no es real más que en la medida en que nos posibilita, que nos inflama y conduce a la entrega consciente, dulce y acorde con el resplandor de lo creado.

16

Ante el poder del canto el hombre se desvanece y prueba la ceniza. Con la danza de las correspondencias el hombre se extingue y da paso a la Presencia, se diluye para que sea el canto quien lo diga. El reconocimiento de su pequeñez frente a la inmensidad conduce al hombre a la postración, al desmoronamiento. La nostalgia del mar en su mirada reconduce al recuerdo de la madre. La acción de recogerse, de entrar en el desierto de su ego. El modo de reconocer la realidad de cada cosa, de escapar a las determinaciones sin sentido nos permite recobrar el gusto, recobrar el tacto, la visión, el olfato.

17

Entrar en el desierto para romper con lo que nos dispersa. Vamos al desierto con todo nuestro ruido, con nuestras fantasías y las agresiones del entorno que tiende a destruir nuestra sensibilidad, mecernos en su transito furioso. Recobramos nuestra dimensión adámica y nos levantamos ante un mundo renovado. Surgimos del canto como hombres capaces de fundar nuestro presente en la respiración de la Palabra. La entrada en el desierto del ego es una llave. La puerta es lo inmediato que nos abre. El único modo posible de abrir esa puerta es ser fieles al modo en el cual es revelada.

18

Llegamos al poema, trayecto que nos trae lo lejano, lugar donde se imanta, donde se rebosa. Receptáculo de niebla, triángulo más lejos que amoroso. Más húmedo que el mar, petrificado, más duro que la piedra, consagrado. Espacio abierto a la sonoridad del tiempo casado con la noche, amargamente. Contradicción de las contradicciones, paradoja que es meta de un vacío más negro aún que la tiniebla, más blanco que el olvido. Espacio innumerable, recuerdo de la orilla del otro lado ahora que la memoria brilla, que encarna la promesa.

19

Y en el poema ¿quién se posa? Hacer el vacío que denota lo explícito no sirve para nada, no alcanza su lugar, su oso hormiguero. Y en el poema ¿quién rebosa? El único que dice que está aquí. No está a mano del hombre lo que dice, no es capaz de la eterna madriguera. Y en el poema ¿quién reposa? Hacer del poema un vacío de sombra donde el decir desciende, mariposa.

20

Lo real transita de si mismo a si mismo, realiza un trayecto, pero ese trayecto no lo mueve. Permanece siempre en movimiento, pero no está sujeto a ninguno de los accidentes de desgaste que nosotros vivimos con el tiempo. El hombre que sigue la senda de la poesía se acompasa a las órbitas. Es el hombre que vive en el presente eterno del desarrollo interno del mundo. Todo va desde un punto hacia otro punto, y ese punto es el mismo. Todos los trayectos transitan en el Uno, por el Uno, hasta el Uno. Este es un pensamiento que gustamos como liberación, como una bendición inigualable.

21

¿Qué, pues, la poesía? La escucha de un desarrollo posible, el único ritmo que nos es absolutamente propio. Nuestra vocación más íntima nos sitúa en la Creación plenamente. La misión de cada uno es cumplir en su cotidianidad en este pequeño mundo que todos habitamos. El reflejo del cosmos en nuestra propia vida, una posibilidad de transitar por lo aparente sin ser presa de la causalidad que nos devora, del mecanicismo de la mercancía.

22

¿Qué, pues, la poesía? En segundo lugar una certeza, la certeza de que todos los desarrollos surgen del Uno para ser disueltos en el Uno tras haber trazado el círculo de adoración que les es propio, como esas estelas fugaces que dejan en el cielo un signo que proclama su pertenencia a lo incondicionado, signo de identidad que cede y se disuelve, de una fugacidad que alcanza la respuesta. Lo real-cotidiano es mucho más vertiginoso e inmenso que ningún mundo de ensueño, que ninguna experiencia aparentemente trascendente, pues no existe ninguna gradación en la existencia. El poeta no acepta relegar su práctica a un ámbito privado. Su canción quiere invadirlo todo.

23

¿Qué, pues, la poesía? Llamamos poesía a la capacidad innata del corazón humano de hacerse depositario del sentido, de todas aquellas fulguraciones que le reclaman una actitud telúrica acorde a la naturaleza más íntima del hombre. Es el propio carácter abismal del ser humano, su sensibilidad a los secretos, a la pura presencia de los Signos, su capacidad para captar la música increada y devolverla como un canto para la tierra compartida. La posibilidad de una causalidad en lo incondicionado, acontecer de una palabra verdadera, consagración y entrega del hombre a su destino.


Siete respiraciones

febrero 2, 2008

Muy lentamente ahora me entristece la esperanza colgando de la rueda. Muy lenta la memoria me entristece como una marioneta. Desolada cabeza, recuerdo de las telas encogidas, de la frescura atragantada. Las seis en punto y el cogote abierto al palacio de plata, ciegamente, mirando la esperanza como cae desde su quemazón de terciopelo. Muy lentamente acaso la memoria deconstruye el lugar y me ilumina la rueda pordiosera. El encuentro del otro con su trapo, de sombra a sombra avanza por la rueda, su gris cabeza acorde con la nube.

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Atrapado el instante del agua se evapora. Se evade dulcemente la marea, la mundana carrera de sol a sol cerrada. Las sillas en su sitio, la quietud del instante reduce todo a un punto. La blanca negritud de lo sin suelo. Sin cielo y sin camisa. Sin manos ni futuro. Atrapado en un beso sin cabeza, en un beso sin labios, en un abrazo sin brazos, en un amor sin cuerpo. Atrapado en la historia decidida, en la desolación de lo infinito. ¿Cómo tocar sin manos la alegría del mar donando espuma a la mirada? Tan solo la pregunta reconduce la luz del sol en la marea inscrita.

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Apúrate, no tardes, ya llegan los veloces corceles de la forma perseguida, los trazos transparentes de azul te van regando, te van donando la paloma loca, la mano congeniada con su vena, la sangre con su cielo. No tardes que la lluvia te espejea, y en las húmedas costas de Oriente la marea te alcanza y te aniquila. No tardes ya que el muerto está entregado, donado a sus infiernos como arena de sol saliente a sol poniente amado. No tardes ya, no tardes, oh destino.

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La libertad no araña, no traduce. La libertad no gusta si en la bruma de los años te encuentra la gaviota. No gusta de su beso postrero donde el yugo desconoce. No gusta el saboreo de esta feria de pies dolientes en la arena rota. La libertad no gusta, no conoce, no reconoce el arquetipo. No se sabe reflejo de aquella tumba aquella marioneta. Los pares, la estructura, la palabra. Lo que vendrá y te sigue, lo que precede y danza en tu mirada. La lluvia como luz desciende y fertiliza la tierra muerta, el árbol de este sueño. El esqueleto enorme de la vida.

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Ahora dulcemente reconoce, acorde con lo que era. Ya la marea es tiempo y es palabra. La mirada es el signo del paisaje. Entre la mano manca y el secreto de todo despertar esta enterrado el sol de medianoche. Reconoce el instante, la estructura inmortal en este ahora de espasmos a las puertas de la nube. El agua que transportan las nubes como un grito de luz en la conciencia. Recuerdo sin recuerdo, memoria sin palabra, la imagen sin imagen del sol en la mirada. Cadena de la muerte, condena de la nada. Escucha sin oídos y alégrate en tu vuelo de paloma soñado en la esperanza de la rueda.

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Tienes que renunciar a otra alegría, saber cerrado el mundo a tu mirada. Tienes que comenzar por ver tu muerte como una maravilla, por ver el mar llorando tu mirada. Y el sol redondo y seco, como una marioneta reconoce el porque de la alegría. La inmediatez entrega su brillo inexplorado. Un día y otro día y otro día. Siempre el porque infinito de los huesos del hombre. Siempre entregando el ritmo de tu aliento a un aliento infinito. Siempre saliendo de ti mismo, muriendo de ti mismo, fluyendo de ti mismo. Sin ti mismo.

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Sin poder ya salir de este lenguaje que aspira a la alegría. Respira la alegría de no poder salir de esta alquería que inspira la palabra. Sin poder terminar respira todo. Los huesos, las hormigas, la mirada. Un día y otro día y otro día. Hasta hacer cotidiano este milagro de sol saliente a sol poniente acaso.


Termidor (Baudelaire siglo XXI)

diciembre 15, 2007

¿Cómo se produjo la ruptura? Hay que pensar que Dios estaba ahí, instalado en los intestinos, susurrando al suicida que cediese. Cualquier cosa puede ser un desencadenante, provocador del vértigo y la náusea. Hay que pensar en la necesidad innata, en la sed de desierto a la cual nos vemos abocados. Todo en la modernidad tiene cara de abismo. La moda se interpone entre la hoz y el martillo, dando vida al terror como una marioneta.

Hay que saber que todo ha sido escrito, la ruptura sin forma pugnando por salir. Hay que pensar raíles, canales donde fluye el tedio. Pensar en las nubes violentas como una comadrona, como una ramera, como una domadora, como una pordiosera, como una donadora de aliento de bilis de metralla.

Anestesiado el ojo conmemora la caída del muro de Berlín, de las Torres Gemelas, de Hiroshima. Desnudo el ojo huele a catarata, a ceguera inmortal como el cuchillo cortando la retina. Aprender a mirar como el vacío nos impulsa a matar y a dar la mano, a amar y a odiar a tanto hermano lobo, a amar y a producir y a estar de moda, y a castigar al pobre con una poesía.

Hay que intuir el mito de Termidor, de esta excrescencia institucionalizada. Hay que aprender a odiar tanta justicia, tanta libertad, tanta democracia. Hay que aprender a odiar el sueño de este tiempo pisado por caníbales de seda. Parlamento y lamento, risa que resquebraja la mentira. La representación y el tedio de las masas, la cacería del sentido, el sinsentido de este orden carcelario.

Hay que aprender a amar y a dar la mano. Aprender a aplaudir como se aplaude en los entierros a las víctimas del terrorismo. Hay que devaluar el euro, ver volar a la gaviota, ver arañar al gato las cortinas de seda. Hay que romper la vajilla de plata, hecha añicos la vida, hecha migas la nada.

Muerte lenta o destino, en las nubes cargadas de tiniebla. Hay que matar a dios como a una prostituta, dulcemente entregada a la moneda. Pensar en la ruptura, cortar con el deseo del payaso por verse contenido por fin en una carcajada. Como un grito sin alma, como un estercolero donde el hombre se reconoce al fin como una huella.

Vestigios, signos, rostros, desvarío. Una visión dorada del ojo a la gaviota, un viaje al no tiempo, a la antesala de tanta podredumbre.

Y así desde algún extraño rincón o meteoro, debe llegar de nuevo la noticia, la extremada manera del sol quemado, del tiempo atemperado. Oh catarsis del iris rompedora. Mirar en el espejo del tedio inmortaliza, fija la esencia y clava la retina. Mirar de la ruptura, del intestino grueso donde nace la voluntad del cubo de basura.

¡Termina, oh Termidor, termina tu trabajo!


Conciencia del latido

agosto 29, 2007

Habitamos en el espejo de nuestra mansedumbre, en la secreta cámara remota de donde surge el puente que atraviesa, que nos permite cruzar este río de fuego. Habitantes de la imagen, de la plegaria que desciende para encender la luz de nuestro anhelo, de la palabra que nos muestra tal y como somos, sin otro secreto que el sí primigenio, que el estar ahí de la materia.

Habitantes del mundo que aparece a cada instante renovado, sed intensiva vuelve a su morada, se fija en la recóndita plegaria, para abrazar, oír y ver la tierra amada, la pérdida del cielo posesivo. Habitantes del sí primigenio, de la sístole y diástole, del útero infinito, del no cesar jamás de amar de la apariencia, del no cesar de arder de la palabra.

Hablamos del amor y del sometimiento, del reconocimiento gozoso de nuestra condición humana. Dijimos sí a la vida sin saberlo, nacimos sin saberlo. Cruzamos de la potencia al acto, del molde a la medida. No podemos revocar ese sí primigenio, permanece como fundamento inescrutado de todos nuestros actos.

El sí primigenio es un aliento, un principio orgánico anterior a lo orgánico. Buscamos en el momento de la muerte captar esa intimidad con lo anterior a todo desarrollo, el mínimo aliento que separa la muerte de la vida. El grado mínimo de la existencia, cuya imagen es la del moribundo que exhala su último suspiro. Todos somos ese moribundo, nos buscamos en él como un amigo.

La negatividad no alcanza, no logra descifrar el signo. La experiencia de la negatividad es la experiencia de la imposibilidad del no por alcanzar el fundamento. Estoy rodeado de muerte, de no existencia, y sin embargo vivo. Hay algo que escapa a este binomio muerte-vida, una vida anterior a la vida, una vida que no se opone a la muerte, sino que es superación de toda oposición.

La experiencia de la negatividad conduce, irremediablemente, a un apoderamiento de ese sí anterior a la conciencia. La negatividad es en si misma un signo del sí primigenio, del sí que perdura más allá de nuestras quimeras de criatura.

No es la conciencia (ni el yo) quien decidió la vida, quien pronunció ese si anterior a si misma. La conciencia entonces deja de verse como el fundamento, se abre a lo anterior a ella. Antes que el yo, antes que toda pretensión de ser y de dominio, hay que situar el puro hecho de la vida biológica como fundamento.

Estamos abocados a la nuda vida. Materialismo extremo, la máscara que no se queda quieta. Volvemos a nuestra estructura celular, a captar cada átomo que nos conforma como un ente vivo, a escuchar el sí anterior a la vida en cada partícula del universo.

La expresión de esa voluntad ciega y afirmativa anterior a la conciencia se muestra en el instinto sexual y en el hambre. Frente al fundamento lingüístico ha emergido el fundamento biológico, cuyo signo encontramos en la unión amorosa. El sí de la criatura impulsó a la madre y al padre a la unión amorosa. El sí primigenio se muestra como una quemazón en nuestro vientre. Entonces, lo fundamental es comer y aparearse, idea insoportable para una conciencia enamorada.

El nexo entre el ser lingüístico y la nuda vida se da en la sexualidad, pero también en la revelación. La revelación es el despertar de una conciencia abarcadora, que se abre a lo otro que si desde la nuda vida. Es conciencia de la nuda vida en todo, de que todo esta transitado por ese sí anterior a la conciencia. Conciencia de que cada una de las células que me componen están diciendo sí constantemente, están afirmando lo anterior a nosotros qye nos ha dado nacimiento.

Ciencia del corazón, conciencia enamorada. Cada latido nos devuelve a un mundo que ha sido transmutado. La creación no surge de la nada, de lo completamente otro. La creación es el despliegue de una semejanza: todo parte de la nube, del embrión indivisible.

Al-lâh se nos revela. El Único se le revela al hombre unificado, que no fragmenta el mundo. Una revelación existe para cada uno: la de su propia unidad en medio de la muerte, la de su conexión con todo lo visible, la del recuerdo de su origen increado.

Creación es aparición, teofanía, manifestación de algo que ya estaba. El modo de estar de la criatura antes de su manifestación se capta en el latido, en el centro infinito del latido.

Pararse a respirar el tiempo, fijarse en el latido de la muerte.

Revelación no consiste en eliminar el velo, sino en reconocer el velo como algo que debe ser interpretado. Lo mundano es la ausencia de revelación, la ausencia de sentido. El sentido no es un añadido, sino que emana de la propia creatividad del tiempo al proyectarse sobre el signo. El sentido esta siendo constantemente interpretado, esta siendo creado a cada instante.

La renovación de lo aparente es el modo mediante el cual Al-lâh reinterpreta lo creado. Interpretar: reconducir el signo a lo aparente, reencuentro del signo con la cosa.

Interpretar es no interpretar, devolver la revelación al lugar desde el cual nos fue entregada, tal y como nos fue comunicada, sin añadirle nada, sin sabor, sin color, sin accidente, sin interponerle nuestras quimeras de criatura.

Habitar el latido. Estar en este mundo revelado.


Susurro en la maleza

agosto 10, 2007

Cielo cubierto a espaldas del abismo, cuerpo santo en la tierra, bosque sagrado abarca cuanto veo y en la cima del tiempo la nada cae al fin como una guillotina. 

Tus manos en las manos del decoro. La inmensidad no significa nada.

De los conejos a su madriguera, de las cerezas al cerezo, de la mano a la tumba, del sexo a la caricia, un abismo secreto se extiende sin malicia.

Todo está separado y en la cueva del no saber resiste lo sabido, la pesada esperanza de estar vivo.

Hay que esperar, silencio. Contra viento y marea se espaciaba tu mano hasta el gatillo.

Pasa el rato, pasan las notas de una melodía. Es el viento velando su secreto, es la caricia estéril de la nada. Expansión-contracción: la sístole y diástole conjuga su canto invertebrado.

A través de una espera prodigiosa, de un asma a bocajarro, de una espiral autónoma encelada en el claro del bosque despierta la maleza.

Van los minutos como locos en busca de su centro, en torno a la corona de espinas del instante donde el cuerpo es relámpago unitivo.

Relámpago en la tierra del deseo sonámbulo atraviesa la materia. Lo mucho con lo poco, lo alto con lo bajo, lo claro con lo oscuro, lo limpio con lo sucio. 

Hay un rumor de alas que acontece, muy lentamente acaso tú estés vivo, lector en el espejo dual de la conciencia.

No fuerces la mirada, son cosas sin suceso. Cosas sin cosas son de esta maleza.

Los ojos son de noche, los días son de plomo. La intensidad lo significa todo.


Desde el sometimiento

abril 4, 2007

Desde el sometimiento al tiempo,
desde el sometimiento a la derrota,
desde la fulgurante constancia de la ola,
desde el decir partido del hambriento,
cómo una caracola de noche de repente
llama a muerte el volar de la gaviota.

Todo al revés desde la caracola
sabe a mar en tremendo maremoto.
Todo al revés del mar en esta sola
tensión del pez pisado por la ola.

Una tras otra vence a la derrota,
vence al mar y a la mano,
al mundo y al espejo,
vence a tientas la noche derretida…
¡se derrota a si misma la derrota!

Y entonces se repite la marea.
Una vez más la ola,
una vez más la mano,
una vez más escucha a la gaviota,
y ama y se atraganta,
y canta y se derrama.

Se nace y se renace y entre tanto
ya ha pasado otro día y un diluvio
de instantes nos define.

Desde aquí, desde ahora,
desde el trágico instante en que naciste
ya estabas decidido.

El ángel sopló en ti la marioneta,
escribió tu destino con un hierro
candente de memoria.

El ángel-diafragma sopló la marioneta,
el ángel que es travieso como un ave
de luz atravesando la memoria.

Y ahora en este dulce laberinto
solo queda un fluir de tiempo como rito,
un rito-desparpajo,
un rito de tremenda caracola,
de canciones y gritos, de amores a destajo,

Un rito pordiosero que es memoria
de un proceloso mar de porcelana,
memoria de la moira pordiosera,
de la era tendera,
de la más tierna forma conseguida.

¡Cómo se ríe entonces la gaviota,
cómo cae el gusano en mariposa,
cómo el estambre de la luna guía
al marinero hacia su propia noche!

Y suena el corazón batiendo palmas,
sometido al eterno meridiano.

¡Oh pasión de las tripas y el secreto,
pasión de la mirada a lo divino!
¡Oh compasión del uno frente al todo!

Lo múltiple y lo uno como un rito
de amor-sometimiento a la deriva
de las olas al viento como abrazo,
de las alas al tiempo como cuna.

Y los niños y el arte de la nada,
y la mujer y el hombre y la gaviota
y las hormigas en su precipicio
y la cocina y el dulce trasiego
del árbol a la nube, del hombre a lo divino.

Todo está sometido.
Todo es poema ahora.
Todo es instante al fin de esta plegaria.


Los Poetas Etruscos

enero 18, 2007

No pensaremos en inglés como dijo Darío, leeremos
otra vez a los griegos, volverá a hablarse etrusco
en todas las playas del Mundo, a la altura de la cuarta
década se unirán los continentes…
Gonzalo Rojas, Carta a Huidobro

Los poetas etruscos
recorren y desnacen entre
tientas las ruinas de un
reino submarino. Son
recuerdos feroces de
ultratumba
aquí y ahora a tientas de un
mundo no mundano.

Son poetas sin fiesta sesuda y
sin tormento, pura
gravitación de versos toda-
vía. Son electricidad que
se concentra en
el centro nupcial del torbellino.
Son poetas sin tiempo, sin
máscara, que estallan
como una mar-
iposa, perfecta cuando surge del
gusano.

Siempre la noche siempre a contrapelo
de un decir con-
sagrado, con-
sabido, entregando
todo lo que se puede decir a la guarida
del lenguaje.

¿Quiénes son los poetas
etruscos? Juan Eduardo Cirlot, Lezama
Lima, Gonzalo Rojas, el que murió en París
con aguacero, también Vitier, Cintio Vitier
que venció a la misa. Y Gerard
de Nerval,
el desdichado, quien se entregó a la
horca de su estrella. Y Osip
Mandelstam, que descendió al
infierno lentamente, tan lentamente acaso
que encontró a su doble. Y Vladimir Holan, que
conversó con Hamlet para
que su mano no temblase. Y Robert
Graves, que era escocés, griego, celta y
judío además de etrusco. ¡Incluso Octavio
Paz, la diplomacia, es un poco etrusco,
y Rilke lo es completamente!

Los griegos, todos
los poetas griegos son etruscos, a pesar
de la apariencia: Elytis, Seferis, Ristos,
y todos los demás, los griegos son
etruscos por refracción, por
que el recuerdo de la
luz nos llama
con un clamor de diapasón marino.

Son muchos, muchos más los
poetas, etruscos o fenicios,
acadios o sumerios, enterrados
en Ur de los caldeos o en
Tarquinia, con toda la pompa
del silencio, con una mano
tocando el cuerpo de la amada y la otra mano
tocando la mano de Dios.

Los etruscos son al
mismo tiempo ateos y creyentes, a su
manera creen en la balanza, en la
alquimia, en la confluencia de los mares. Todos
ellos prefieren el sabor
a la sabiduría, y dan gran importancia a la
saliva como transmisora de conocimiento.

Su religión, la Poesía, es el
sometimiento
a la analogía, al ritmo, a la centella, la
rendición
del más allá del cuerpo al sabor de la marea, al
ir y venir de los alientos
dando vida, tejiendo y des-
tejiendo, saliendo y penetrando, de
ascética manera. Salud es
salvación al borde de otra vida.

Una liturgia antigua, que
perdió su camino, una presencia
telúrica responde a la mirada
del fiero ser que arroja
su mundo
a los leones.

A los leones, al juego del fornicio
y pirueta, a la consagración
de la medida inmensa, inabarcable, del ritmo
sinuoso, de un fósforo que abre
al corazón la lumbre, y al cuerpo
la tiniebla.

Allí la Palabra, allí
el corazón des-
cubre su víscera perversa y
se lava en el mar de la plegaria, de la
inducción del más allá en
descenso
diamantino.

Cifrar es des-
cifrar sin pensamiento, conciliar el decir
del hombre con el decir de las
nubes y el sabor de la luz
que se transforma en agua para
hendir la tierra, para donar
los gestos de ternura, los
árboles frutales y el delirio
de todo lo que sube y lo que cae.

Oh oscuridad, oh hermético desliz
de lluvia apasionada, oh
rotación
de números que encuentran lo infinito,
de acordes sin medida,
de atípica manera
de ver y andar y transmutar la nada.

Oh la potens etrusca que nos dio la vida,
que nos cegó para vencer
al espectáculo atroz de
la usura, con sus templos
y sus adi-
posos adi-
vinos.

La potencia absoluta
que nos cegó y regala
la mirada oblicua, la entrada
en la caverna de Platón
donde el cuerpo y el alma son
sombras del mundo unificado.

Oh nupcial mordedura. Lo
ancestro que desnuda y nos expone
al sigiloso aliento desnacido.