Conciencia del latido

Habitamos en el espejo de nuestra mansedumbre, en la secreta cámara remota de donde surge el puente que atraviesa, que nos permite cruzar este río de fuego. Habitantes de la imagen, de la plegaria que desciende para encender la luz de nuestro anhelo, de la palabra que nos muestra tal y como somos, sin otro secreto que el sí primigenio, que el estar ahí de la materia.

Habitantes del mundo que aparece a cada instante renovado, sed intensiva vuelve a su morada, se fija en la recóndita plegaria, para abrazar, oír y ver la tierra amada, la pérdida del cielo posesivo. Habitantes del sí primigenio, de la sístole y diástole, del útero infinito, del no cesar jamás de amar de la apariencia, del no cesar de arder de la palabra.

Hablamos del amor y del sometimiento, del reconocimiento gozoso de nuestra condición humana. Dijimos sí a la vida sin saberlo, nacimos sin saberlo. Cruzamos de la potencia al acto, del molde a la medida. No podemos revocar ese sí primigenio, permanece como fundamento inescrutado de todos nuestros actos.

El sí primigenio es un aliento, un principio orgánico anterior a lo orgánico. Buscamos en el momento de la muerte captar esa intimidad con lo anterior a todo desarrollo, el mínimo aliento que separa la muerte de la vida. El grado mínimo de la existencia, cuya imagen es la del moribundo que exhala su último suspiro. Todos somos ese moribundo, nos buscamos en él como un amigo.

La negatividad no alcanza, no logra descifrar el signo. La experiencia de la negatividad es la experiencia de la imposibilidad del no por alcanzar el fundamento. Estoy rodeado de muerte, de no existencia, y sin embargo vivo. Hay algo que escapa a este binomio muerte-vida, una vida anterior a la vida, una vida que no se opone a la muerte, sino que es superación de toda oposición.

La experiencia de la negatividad conduce, irremediablemente, a un apoderamiento de ese sí anterior a la conciencia. La negatividad es en si misma un signo del sí primigenio, del sí que perdura más allá de nuestras quimeras de criatura.

No es la conciencia (ni el yo) quien decidió la vida, quien pronunció ese si anterior a si misma. La conciencia entonces deja de verse como el fundamento, se abre a lo anterior a ella. Antes que el yo, antes que toda pretensión de ser y de dominio, hay que situar el puro hecho de la vida biológica como fundamento.

Estamos abocados a la nuda vida. Materialismo extremo, la máscara que no se queda quieta. Volvemos a nuestra estructura celular, a captar cada átomo que nos conforma como un ente vivo, a escuchar el sí anterior a la vida en cada partícula del universo.

La expresión de esa voluntad ciega y afirmativa anterior a la conciencia se muestra en el instinto sexual y en el hambre. Frente al fundamento lingüístico ha emergido el fundamento biológico, cuyo signo encontramos en la unión amorosa. El sí de la criatura impulsó a la madre y al padre a la unión amorosa. El sí primigenio se muestra como una quemazón en nuestro vientre. Entonces, lo fundamental es comer y aparearse, idea insoportable para una conciencia enamorada.

El nexo entre el ser lingüístico y la nuda vida se da en la sexualidad, pero también en la revelación. La revelación es el despertar de una conciencia abarcadora, que se abre a lo otro que si desde la nuda vida. Es conciencia de la nuda vida en todo, de que todo esta transitado por ese sí anterior a la conciencia. Conciencia de que cada una de las células que me componen están diciendo sí constantemente, están afirmando lo anterior a nosotros qye nos ha dado nacimiento.

Ciencia del corazón, conciencia enamorada. Cada latido nos devuelve a un mundo que ha sido transmutado. La creación no surge de la nada, de lo completamente otro. La creación es el despliegue de una semejanza: todo parte de la nube, del embrión indivisible.

Al-lâh se nos revela. El Único se le revela al hombre unificado, que no fragmenta el mundo. Una revelación existe para cada uno: la de su propia unidad en medio de la muerte, la de su conexión con todo lo visible, la del recuerdo de su origen increado.

Creación es aparición, teofanía, manifestación de algo que ya estaba. El modo de estar de la criatura antes de su manifestación se capta en el latido, en el centro infinito del latido.

Pararse a respirar el tiempo, fijarse en el latido de la muerte.

Revelación no consiste en eliminar el velo, sino en reconocer el velo como algo que debe ser interpretado. Lo mundano es la ausencia de revelación, la ausencia de sentido. El sentido no es un añadido, sino que emana de la propia creatividad del tiempo al proyectarse sobre el signo. El sentido esta siendo constantemente interpretado, esta siendo creado a cada instante.

La renovación de lo aparente es el modo mediante el cual Al-lâh reinterpreta lo creado. Interpretar: reconducir el signo a lo aparente, reencuentro del signo con la cosa.

Interpretar es no interpretar, devolver la revelación al lugar desde el cual nos fue entregada, tal y como nos fue comunicada, sin añadirle nada, sin sabor, sin color, sin accidente, sin interponerle nuestras quimeras de criatura.

Habitar el latido. Estar en este mundo revelado.

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