1
La simple presencia de las cosas nos incita a reconocer una distancia. Nos sitúa en el aire como objetos, en un espacio infinito, inabarcable, donde la espalda es puerta de un secreto que nos rodea y crece en lo oculto, donde el visible mundo se sabe limitado. La presencia de las cosas, ese inexplicable, nos invita al asombro. El deseo de decir nace del asombro. Plegarse a la sombra, ante la existencia, nos sumerge en una lejanía donde la definición no accede, pues ha topado con el límite que le es propio. La nostalgia nos sumerge en el misterio de nuestro nacimiento, de la creación como un hecho incuestionable. Materia traspasada de flechas que recorre la distancia infinita en un instante luminoso.
2
¿Por qué hay cosmos? ¿Alguien puede responder a esta pregunta? Nosotros sabemos que el mundo nos precede, que insinúa en sus formas la morada de todo despertar e inmortaliza aquellas pasiones que dan con la respuesta. Se trata del Sí primigenio, de la constancia de la vida mas allá de cualquier pequeña muerte cotidiana captada en la respiración del hombre. Lo inabarcable, lo inconmensurable, la presencia del mundo antes y después del ego que recorre fragmentos de sutilidad difusa. La conciencia de la majestad y la belleza de los ciclos y formas que desprende la retina, de los colores en su laberinto concéntrico despierta la energía durmiendo siglos de telaraña.
3
El poeta no se queda en esa conmoción, la reconoce y trata de atrapar el brillo, y recoger el canto de la permanencia. Oh compulsión de la materia. Abrasadora manera de andar y conciliar el sueño, recóndita rama dorada en su cuna. Oh la contemplación del día cuando muere en brazos de la amada. La terca constancia del deseo más allá de la noche satisfecha, más allá del deseo por la cosa.
4
Poema es rendición, sumisión, aceptación, entrega de la palabra humana al ritmo originario, un reflejo del canto inescrutado, de aquello que dirán los peces de las arañas, las manos de la pena y el mar de la ceniza. La sumisión de la voz al ritmo, de la materia a la Palabra. Es abandono a una fuerza muy superior al hombre, a una energía que rebosa en formas, capaz de transportarnos como un huracán a una pluma. Resistirse a su empuje es un acto irracional, completamente inútil, ilusorio. Así el poeta se abandona y cruza desiertos en busca de la fuente del lenguaje.
5
Es el primer instante de la poesía reconocer la inmensidad del mundo, la conmoción de lo durable. La poesía es ancla en medio de una noche invertebrada, cualidad de la tierna cría de cordero, tendencia a los orígenes que aclama la majestad de lo creado. La poesía eleva la plegaria desde el ego. No puede morir sin reconocer el límite preciso, el lugar de la pura maravilla, de la alabanza donde se entrecruza la paloma del pecho con la nieve. El primer poema es el llanto del niño en busca de los pechos de la madre, la respuesta materna a un gesto necesario, a una mirada ciega de ternura.
6
El poeta se busca en un atajo que desde el centro otea lo invisible. Orientarse es dirigirse al centro, proponerse a lo lejano, aprender a comunicarse con la Realidad directamente. Sin pasar por el largo camino de las ideologías, de los catecismos y los dogmas, sin tener que obedecer a ninguna autoridad externa. Renunciar a otra mediación que una Palabra capaz de traspasar el velo.
7
Al centro no se llega por el entendimiento, no se lo puede poner delante, entender y manipular como a un objeto. La Realidad nos habla con el lenguaje de los signos, y aquí está el corazón como testigo. Oh calidez de todo lo que aflora. ¿Cómo vamos a entrar en el reino de la poesía sino es viendo al mundo como lugar donde la Realidad revela su secreto?
8
En la senda del canto prevalece la apertura, el abrir los oídos y los ojos del corazón a todo lo que vive, a los florecimientos de la matriz universal. Abrirse a esa compulsión creadora que no cesa, incluso si esta florece como terremoto o como incendio. El canto se refiere tanto a la vida como a la muerte. No te consuela, te invita a aceptar la bendición y la desgracia. Signos e incendios reclaman nuestra entrega.
9
Cada día pedimos ser guiados por el camino de la poesía, y sabemos que ese camino nos dirige al lugar en donde estamos, nos lleva a penetrar en el mundo plenamente, con todo nuestro cuerpo y nuestro anhelo, como seres realizándose por medio de la escucha. Así el poeta logra el método oblicuo, la manera de hablar desde lo limitado hace sitio al decir con todo su silencio y se concibe cosa o aliento ilimitado uniendo la mirada del sol a su mirada.
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Es necesario recordarlo a cada instante: estamos por algo y para algo, debemos vivenciar aquello que está escrito. Para acordarse al destino es necesario recogerse, separarse del ruido, del caos cotidiano. En el ruido somos aplastados, perdemos nuestra sensibilidad innata y nos dejamos atrapar por los señuelos, por los falsos valores y la posesión enfermiza. Ese mundo embrutece: embota los sentidos, hace que nuestro oído se pierda los sonidos más preciosos, que nuestro ojo se desvíe de lo luminoso hacia lo llamativo. Sólo oponiendo una visión adámica del hombre como criatura que tiene su origen en lo increado podremos volver a enraizarnos rectamente, a ocupar nuestro lugar en el cosmos cotidiano.
11
El poeta opone el canto a la técnica como medio de dominación de las conciencias. El canto nos proporciona ese momento de intimidad del cual nace la conciencia del camino. Se trata de la visión de la capacidad del hombre por guiar su vida, de un vínculo del hombre con el todo que no es el de la guerra por la supervivencia. Se trata de la capacidad de transformar lo dado, de hacer que lo real recomponga sus rasgos ante nuestros ojos. Se trata de adorar, de transformar el mundo de azar mecanicista en la maravillosa obra de un Creador que nos responde si sabemos llamarlo rectamente. Y ese llamado es una escucha, el desarrollo del sentido de la escucha más allá de lo sabido.
12
El corazón del mundo en otro plano, en otra dirección, calladamente, se ofrece a la mirada. La poesía se abre como amada. La lectura y la recitación están destinadas a provocar una resonancia interminable. El hombre libre resuena con el canto, vuelve a escuchar la voz de los orígenes, de su comienzo en lo Absoluto.
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El poema dice: todo tiene un mismo origen, lo increado, lo anterior a ti mismo, no nacido de madre ni de padre. El poema dice: no existen mediadores. La comunicación con lo real la debes establecer directamente. Nadie te puede sustituir en ese trance, como nadie te puede sustituir en tu noche de bodas. Es tu responsabilidad mantener el diálogo vivo con tu propio origen, asumir el decreto en el silencio que precede al canto.
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Leer el mundo, reconocer el ritmo primigenio de cada cosa en su propio desarrollo. Traspasar los velos y la sombra hacia su sentido es penetrar la realidad que nos envuelve en su naturaleza eterna. Reconocer las conexiones secretas que unen a las cosas con el todo, los lazos de la misericordia cantando aún en la muerte. Abrirse al canto es responder a una llamada, apartarse de todo aquello que trata de usurpar ese diálogo que a cada uno atañe. Adiós al capital, adiós al espectáculo, adiós a la tragedia.
15
El reconocimiento y la apertura hacia el mundo fenoménico implica la aceptación del límite y la forma, la captación de una multiplicidad que nos incluye, que el no decir denota, mariposa. Somos fragmentos de una realidad que se unifica mediante la alabanza al todo que nos guía, que nos acuna y reconduce a través de las formas. Así pues, aceptamos nuestra limitación como camino. Para hacernos conscientes de la cualidad del Uno es necesario que la Unidad se haga inaccesible. Para provocar el amor que nos impulsa, es necesario que seamos desgajados. Escuchar el canto es reconocer que la separación no es real más que en la medida en que nos posibilita, que nos inflama y conduce a la entrega consciente, dulce y acorde con el resplandor de lo creado.
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Ante el poder del canto el hombre se desvanece y prueba la ceniza. Con la danza de las correspondencias el hombre se extingue y da paso a la Presencia, se diluye para que sea el canto quien lo diga. El reconocimiento de su pequeñez frente a la inmensidad conduce al hombre a la postración, al desmoronamiento. La nostalgia del mar en su mirada reconduce al recuerdo de la madre. La acción de recogerse, de entrar en el desierto de su ego. El modo de reconocer la realidad de cada cosa, de escapar a las determinaciones sin sentido nos permite recobrar el gusto, recobrar el tacto, la visión, el olfato.
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Entrar en el desierto para romper con lo que nos dispersa. Vamos al desierto con todo nuestro ruido, con nuestras fantasías y las agresiones del entorno que tiende a destruir nuestra sensibilidad, mecernos en su transito furioso. Recobramos nuestra dimensión adámica y nos levantamos ante un mundo renovado. Surgimos del canto como hombres capaces de fundar nuestro presente en la respiración de la Palabra. La entrada en el desierto del ego es una llave. La puerta es lo inmediato que nos abre. El único modo posible de abrir esa puerta es ser fieles al modo en el cual es revelada.
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Llegamos al poema, trayecto que nos trae lo lejano, lugar donde se imanta, donde se rebosa. Receptáculo de niebla, triángulo más lejos que amoroso. Más húmedo que el mar, petrificado, más duro que la piedra, consagrado. Espacio abierto a la sonoridad del tiempo casado con la noche, amargamente. Contradicción de las contradicciones, paradoja que es meta de un vacío más negro aún que la tiniebla, más blanco que el olvido. Espacio innumerable, recuerdo de la orilla del otro lado ahora que la memoria brilla, que encarna la promesa.
19
Y en el poema ¿quién se posa? Hacer el vacío que denota lo explícito no sirve para nada, no alcanza su lugar, su oso hormiguero. Y en el poema ¿quién rebosa? El único que dice que está aquí. No está a mano del hombre lo que dice, no es capaz de la eterna madriguera. Y en el poema ¿quién reposa? Hacer del poema un vacío de sombra donde el decir desciende, mariposa.
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Lo real transita de si mismo a si mismo, realiza un trayecto, pero ese trayecto no lo mueve. Permanece siempre en movimiento, pero no está sujeto a ninguno de los accidentes de desgaste que nosotros vivimos con el tiempo. El hombre que sigue la senda de la poesía se acompasa a las órbitas. Es el hombre que vive en el presente eterno del desarrollo interno del mundo. Todo va desde un punto hacia otro punto, y ese punto es el mismo. Todos los trayectos transitan en el Uno, por el Uno, hasta el Uno. Este es un pensamiento que gustamos como liberación, como una bendición inigualable.
21
¿Qué, pues, la poesía? La escucha de un desarrollo posible, el único ritmo que nos es absolutamente propio. Nuestra vocación más íntima nos sitúa en la Creación plenamente. La misión de cada uno es cumplir en su cotidianidad en este pequeño mundo que todos habitamos. El reflejo del cosmos en nuestra propia vida, una posibilidad de transitar por lo aparente sin ser presa de la causalidad que nos devora, del mecanicismo de la mercancía.
22
¿Qué, pues, la poesía? En segundo lugar una certeza, la certeza de que todos los desarrollos surgen del Uno para ser disueltos en el Uno tras haber trazado el círculo de adoración que les es propio, como esas estelas fugaces que dejan en el cielo un signo que proclama su pertenencia a lo incondicionado, signo de identidad que cede y se disuelve, de una fugacidad que alcanza la respuesta. Lo real-cotidiano es mucho más vertiginoso e inmenso que ningún mundo de ensueño, que ninguna experiencia aparentemente trascendente, pues no existe ninguna gradación en la existencia. El poeta no acepta relegar su práctica a un ámbito privado. Su canción quiere invadirlo todo.
23
¿Qué, pues, la poesía? Llamamos poesía a la capacidad innata del corazón humano de hacerse depositario del sentido, de todas aquellas fulguraciones que le reclaman una actitud telúrica acorde a la naturaleza más íntima del hombre. Es el propio carácter abismal del ser humano, su sensibilidad a los secretos, a la pura presencia de los Signos, su capacidad para captar la música increada y devolverla como un canto para la tierra compartida. La posibilidad de una causalidad en lo incondicionado, acontecer de una palabra verdadera, consagración y entrega del hombre a su destino.
¡Y hay poetas que son artistas
Y trabajan en sus versos
Como un carpintero en las tablas!…
¡Qué triste no saber florecer!
¡Tener que poner verso sobre verso, como quien construye un muro
Y ver si está bien, y sacar si no está!…
Cuando la única casa artística es la Tierra toda
Que varía y está siempre bien y es siempre la misma.
Pienso en esto, no como quien piensa, pero como quien respira,
Y miro hacia las flores y sonrío…
No sé si ellas me comprenden
Ni si yo las comprendo a ellas,
Pero sé que la verdad está en ellas y en mí
Y en nuestra común divinidad
De dejarnos ir y vivir por la Tierra
Y llevar al cuello por las Estaciones contentas
Y dejar que el viento cante para adormecernos
Y no tengamos sueños en nuestro sueño(*).
Fernando Pessoa…
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