Dijo el Profeta Muhámmad (paz y bendiciones de Al-lâh):
“Os ha venido el mes de Ramadán, un mes bendito,
en el cual Al-lâh os impuso ayunar.
En él son abiertas las puertas del Jardín
y los demonios son encadenados”.
Los que lo miran desde fuera difícilmente comprenden que el Ramadán es una fiesta, que en este mes la rahma fluye entre los musulmanes y el Shaytán es encadenado. Difícilmente pueden comprender lo que esto significa: la pertenencia a una comunidad de hombres que comparten el sentido de una dimensión trascendente de la vida, y por tanto se niegan a vivir únicamente como consumidores-productores, como objetos sin otro sentido que el utilitario.
La sensación de ser uno entre mil millones de personas que ayunan al unísono es vertiginosa. No únicamente ayunamos con los familiares, amigos y hermanos que nos rodean, sino que ese lazo se extiende a toda la umma y, más allá de todo sectarismo, a la humanidad en su conjunto. La privación voluntaria es una decisión espiritual que tiene por objeto hacerse consciente de la precariedad del cuerpo.
¿Qué es lo que mueve a millones de personas a privarse de alimentos desde el alba hasta el ocaso durante todo un mes? El séptimo día de ayuno, al atardecer, parado ante una pastelería… ¿No es absurdo el ayuno en medio de tanto despilfarro? Al día siguiente mis hermanos me hablan de la dureza de su ayuno, trabajadores de la construcción. La dificultad de vivir el ayuno en el corazón de una sociedad dedicada al consumo y al culto de sus apetitos más primarios. A pesar de todos los inconvenientes, mis hermanos me hablan de la alegría de su ayuno.
Sentimos nuestra pequeñez, pero también podemos comprobar de un modo inmediato la importancia de nuestros propios actos. Somos hacedores y parte de esta comunidad inmensa, y esa pertenencia no nos implica dejar de ser nosotros mismos, sino todo lo contrario: hacernos conscientes de nuestro propio cuerpo, de las venas que lo surcan y la fuerza que lo mueve. Se trata de hacernos conscientes de los derechos del cuerpo y mostrar nuestra solidaridad con todos los desheredados de la tierra, con esos millones de hombres que pasan hambre involuntariamente, tan sólo por el afán de lucro de unos pocos. Para el hombre entregado a Al-lâh cada vida es un don irreemplazable, no existen jerarquías sociales que puedan ponerse por encima del hecho de que todos los seres creados, al mismo tiempo que individuos separados, somos Hijos de Adán, estamos unidos en Al-lâh. Nuestro ayuno voluntario se mezcla con el sufrimiento de los que no tienen otra elección que el hambre, de los que sufren el castigo de la usura, o de las inclemencias de la naturaleza.
A través del ayuno, los musulmanes encontramos en el camino de Al-lâh aquello que nos libra de todas las ficciones y nos devuelve a nuestra condición de insân, de ser humano consciente de sus límites, de criatura dedicada a la adoración y al recuerdo de Al-lâh. En el tiempo del ayuno hemos dejado atrás todas nuestras fantasías para centrarnos en lo más inmediato, en nuestro propio cuerpo y sus necesidades. El Ramadán nos ayuda a reafirmarnos en nuestras intenciones más secretas. Eso que realmente somos se nos hace transparente.
La conciencia de nuestro cuerpo nos conduce a un saber más hondo que la idea, a un saber de la materia, de la respiración y los procesos fisiológicos que nos integran en la vida. La conciencia de dichos procesos ilumina, nos sitúa en el tiempo y el espacio, en el aquí y en el ahora, para poder realizarlo plenamente, según lo que está escrito.
La segunda semana, el cuerpo ya se ha habituado. Frente al esfuerzo activo del trabajo, el esfuerzo de ayunar es pasivo: consiste en no realizar unas acciones concretas, que están entre las más básicas de cada día: la abstención de comer, beber y tener relaciones sexuales desde el amanecer hasta el ocaso. Esta aparente pasividad no es dejadez, sino abandono: se trata de poner enteramente nuestras fuerzas en Al-lâh. Una entrega tan absoluta como necesaria, que nos hace capaces de aceptar y cuidar plenamente todo aquello que Él nos ha entregado. El hambre nos revela la precariedad de nuestro propio cuerpo. Lo mismo que le sucede al cuerpo cuando no come le sucede a nuestro espíritu cuando le privamos del alimento del recuerdo, cuando no realizamos la salat cinco veces al día, cuando no somos capaces de entrar en intimidad con nuestro Señor en la rememoración de Sus más Bellos Nombres. Privarnos de esas sensaciones, de esa memoria del origen, es seguir viviendo en la inconsciencia. Por ello damos las gracias constantemente a Al-lâh, por habernos revelado —a través del Corán y la Sunna de nuestro amado Profeta— los medios necesarios para realizarnos. Le damos las gracias por habernos revelado un camino de pertenencia a una comunidad de hombres vinculados entre sí en el desarrollo de sus más nobles cualidades.
Vamos avanzando en la lectura diaria del Corán. Este mes es propicio para la recitación, para el estudio, para interiorizar la Palabra revelada. Nos abrimos al Corán sin la mediación de ninguna escuela de teología. Más allá de los dogmas y las opiniones, de las doctrinas y las ideologías, el Corán se presenta como esa Palabra capaz de unir a los hombres en torno a la Verdad creadora.
El ayuno nos transforma, estamos en el día veinte. La cotidianeidad se ve inundada por una sensación etérea, el cuerpo deja de pesarnos y descubrimos una fuerza que hasta ese momento nos había permanecido velada, como esperando el ayuno para desvelarse. Día a día sentimos afirmarse nuestra capacidad de encaminar esa fuerza, de darle un desarrollo. Es entonces cuando el estómago vacío, lejos de traernos dolor o desesperación, nos trae una sensación de euforia contenida, la dulce sensación de estar sumergidos en Al-lâh. Nos entregamos a esta sensación con una alegría confiada, envueltos entre mantas, buscando el calor de lo Infinito. Es así como el ayuno nos va mostrando unas reservas de energía que están en lo más hondo y de las que habitualmente no somos conscientes, unas fuerzas de concentración y una capacidad de renovarse que ahora se muestran propicias compañeras de nuestras intenciones más hermosas. Con el ayuno rompemos las barreras del ego y penetramos la Presencia. Las puertas del Jardín se abren, y el resplandor desierto de la luna reclama de nosotros un saludo. Nos movemos con su movimiento y sabemos que en ella se refleja el sol del mismo modo que en todo se refleja la Luz de Al-lâh.
El día veintisiete llega Laylat al-Qadr, la Noche del Poder y del Destino. Todo aquello que nos atemorizaba se muestra inconsistente ante la Majestad y la Belleza, y podemos sentir como Al-lâh nos envuelve con sus Signos.
Entre estos nos llama la atención el sabor de la comida, de unos alimentos que estallan en la boca. Agradecemos a Allâh el habernos dado los frutos de la tierra, el agua y alimentos con que saciarnos, y deseamos compartir esos dones. Las puertas del Jardín se abren para ofrecernos los sabores de la vida, las sensaciones renovadas en el estar haciéndose del mundo. La gama de colores se ofrece a la mirada, y cualquier pequeño detalle que podemos captar con los sentidos se presenta como una maravilla. El ayuno nos ha abierto las puertas de la percepción, nos ha hecho más sensibles a las apariencias. Al mismo tiempo, nos sume en un estado de transparencia, donde la luz prospera desde el fondo de nuestra servidumbre. Estamos en el instante desde el momento en que la percepción se muestra como un todo. Ya no podemos diferir nuestros anhelos, pues el cuerpo nos reclama a la presencia, nos hace ser conscientes de cómo cada milímetro de nuestro cuerpo está siendo surcado aquí y ahora por corrientes. Corrientes de sangre, de luz, de epifanía. Vivimos el presente de nuestro palpitar amenazado, de la respiración portadora de un Mensaje: muerte y renacimiento, conciencia de los límites y esfuerzo por mantenerse firme en esa transparencia. Es así como el Ramadán nos anega, inunda nuestros días y nos enraíza en el recuerdo de Al-lâh.
Al finalizar el Ramadán, sentimos una euforia suave y contenida, damos gracias a Al-lâh por habernos permitido vivir los dones y la báraka de este mes. Estamos plenamente satisfechos, pero somos conscientes de que la vida sigue y no somos más que necias y torpes criaturas. Sin la ayuda de Al-lâh al-Nasir, todos nuestros esfuerzos son en vano.
Pero solo Al-lâh sabe
Me ayudaste un poco a entender una cultura de la que sabía nada.
Muchas gracias, muy bueno el blog!
Gracias por el blog.
En Hebrón (palestina) he orado a Al jalil (el amigo de Dios) no se si se escribe así,por los creyentes perseguidos por ser gays.
Pido a Dios,Alha,Vayhe que son emnsajeros del amor y la misericordia etre los hombres y las mujeres,que nos ayude a comprendernos,y amarnos. fray bernardo.valencia