La siguiente reflexión toma como punto de partida el análisis de la inmigración musulmana en España. No se trata sin embargo de un análisis de carácter sociológico, sino de una reflexión política, centrada en las ambigüedades que se derivan de los usos discursivos de dualidades como ciudadanía-extranjería, libertad religiosa y comunitarismo, nacionalidad y pertenencia, diversidad cultural y cultura dominante… Una serie de conceptos o enunciados que aparecen habitualmente mezclados en los discursos sobre la presencia del islam en Europa, pero que es necesario discernir. No ofreceré pues datos, sino que trataré de resaltar una serie de aspectos relacionados con la conexión entre islam e inmigración, y sacar de ahí una serie de propuestas. En este sentido, aunque el punto de partida sea el caso español, creo que lo fundamental de esta reflexión es aplicable a otros países europeos.
El peligro derivado de vincular islam e inmigración
Es imprescindible hablar de inmigración al hablar de la presencia del islam en Europa, por el hecho evidente de que la mayoría de los musulmanes europeos son inmigrantes o descendientes de inmigrantes en segunda, tercera o cuarta generación. Pero al hacerlo, debemos ser conscientes de que la vinculación entre islam e inmigración es problemática, e incluso constituye una trampa, en la medida en que desplaza el debate de una cuestión de derechos fundamentales a una cuestión de extranjería.
En efecto, no es lo mismo hablar de los derechos de un colectivo inmigrante que del derecho de determinados ciudadanos a ejercer la libertad religiosa. En el primer caso está implícita la cuestión de los límites de la diversidad cultural y la integración de los extranjeros en la cultura dominante. En el segundo caso se trataría del ejercicio de un derecho fundamental, recogido en todas las legislaciones europeas, los convenios internacionales y la declaración universal de los derechos humanos.
Hablando con propiedad, al hablar de la presencia del islam en Europa nos estamos refiriendo a la presencia de millones de ciudadanos europeos de confesión musulmana, y del islam como de una religión cuyos seguidores deben tener los mismos derechos que cualquier otro ciudadano, incluidos derechos básicos como el abrir lugares de culto, tener acceso a la alimentación halal, a celebrar sus festividades religiosas o ser enterrados según las propias convicciones.
Dificultades para establecer mezquitas
En la mayoría de los planteamientos sobre el desarrollo de los derechos religiosos de los musulmanes en España, se pone el acento en el hecho de que los musulmanes son extranjeros, y sus reivindicaciones religiosas son consideradas desde esta perspectiva. Casos típicos son los relativos al hiyab, a la alimentación halal o a ser enterrado según el rito islámico en los cementerios públicos. Se trata de derechos reconocidos como tales en la legislación vigente (Ley del Acuerdo de Cooperación entre el Estado español y la Comisión Islámica de España), pero que suscitan el rechazo de parte de la población. El discurso recurrente es el de la necesidad de que los musulmanes se adapten a los usos del resto de la población, y no traten de imponer sus costumbres. En estos casos, el musulmán es equiparado de forma sistemática al extranjero, sin que se plantee el tema en términos de libertad de culto y de derechos religiosos.
Tal vez el caso más paradigmático de cómo esta equiparación entre musulmán y extranjero puede tener efectos nocivos en el normal desarrollo de la libertad religiosa sea el de las dificultades que tienen los musulmanes para abrir mezquitas en España. No nos referimos a los problemas económicos, sino a las oposiciones vecinales a la apertura de mezquitas, que han entorpecido de manera recurrente los intentos de establecer lugares de culto musulmán en la última década, llegando a condicionar la política de numerosos ayuntamientos al respecto.
No hace falta insistir sobre la importancia de la mezquita como lugar de socialización y de expresión colectiva de una identidad, especialmente trascendente por los musulmanes inmigrantes. Al ser el aspecto más visible de la presencia del islam, este tema genera tensiones entre la ciudadanía. En el momento que una comunidad pretende abrir una mezquita, se ve enfrentada a las protestas de los vecinos, mediatizados por la campaña en contra del islam, los temores producidos por el terrorismo, y un miedo irracional al extranjero. O, más prosaicamente, por temor a la pérdida del valor de sus viviendas. Durante la última década, encontramos solo en Cataluña al menos treinta y cinco casos de oposiciones vecinales organizadas a la apertura o a la propia existencia de mezquitas, movimientos que en algunos municipios se han repetido en relación a proyectos diferentes.
En muchos de estos casos las oposiciones vecinales han logrado su objetivo, y los musulmanes se han quedado sin mezquitas, o han sido relegados a polígonos industriales alejados del núcleo urbano. Uno de estos casos fue el de Premià de Mar, el año 2004, que finalizó con la renuncia por parte de la comunidad islámica a sus derechos religiosos, después de varios años de intensas presiones. El comunicado de la Coordinadora de Premià por la Convivencia dice lo siguiente: “El problema no ha sido solucionado, sólo se ha aplazado; la comunidad musulmana tenía la oportunidad de que sus miembros fueran considerados como ciudadanos, pero al final han sido considerados como inmigrantes, y el Ayuntamiento ha cedido a la presión de los vecinos que argumentaban su negativa a la mezquita en un discurso racista y xenófobo”.
La reiterada confusión entre el factor religioso del y el fenómeno migratorio dificulta la visualización de las reivindicaciones de los musulmanes en términos de derechos civiles de un colectivo de ciudadanos en el marco de un Estado de derecho. Aquí aparece también el argumento de la reciprocidad, según el cual los musulmanes son considerados no únicamente en cuanto a extranjeros, sino en cuanto a súbditos y co-responsables de las políticas de los países que han dejado atrás, o incluso de países con los cuales no han tenido jamás contacto alguno. Como ejemplo, vale la pena mencionar las declaraciones realizadas por la máxima jerarquía de la Iglesia Católica en Cataluña, sobre la posibilidad de construir una mezquita en Barcelona: “sería elemental que por cada mezquita que se abre en España, Francia o Alemania dejaran abrir un centro católico en las naciones musulmanas”. En este caso se está confundiendo los derechos que asisten a los ciudadanos musulmanes en un Estado democrático y de derecho con un concepto territorial de la religión. Tiene una mentalidad arcaica: sigue pensando en términos de Cristiandad versus Califato.
Ciudadanía y cultura dominante
El siguiente aspecto que quiero poner sobre la mesa es la cuestión de las identidades nacionales, el hecho de que en muchos de los discursos sobre el islam en Europa existe una ambigüedad entre el concepto jurídico de la nacionalidad y el concepto cultural de pertenencia a una nación, entendida en términos de una cultura autóctona dominante con hondas raíces históricas, generalmente vinculada a las mitologías fundacionales de los Estados europeos.
Más allá de las discriminaciones derivadas de la exclusión de la ciudadanía, existe una dimensión ideológica anterior, que conduce a la exclusión que sufren muchos inmigrantes musulmanes de los mecanismos de interacción y de socialización propios de la cultura dominante. En este caso podemos hablar de una exclusión cultural e identitaria: en el concepto de soberanía nacional propio de los orígenes del Estado-nación, la legitimidad de este se debe a que es el depositario de la soberanía popular, entendida desde una perspectiva étnica y en determinadas ocasiones incluso religiosa.
Esta confusión nos ayuda a entender el hecho de que la conexión establecida entre islam e inmigración se hace a menudo extensiva a las segundas, terceras e incluso cuartas generaciones, hijos y nietos de inmigrantes, pero ya naturales del país. ¿Qué significa esto? En este caso, se pone en evidencia que detrás del concepto jurídico de ciudadanía todavía se deja ver el paradigma biológicamente entendido de nacionalidad, como persona que pertenece a una determinada tierra por su nacimiento y por su vinculación a una historia nacional, y que por lo tanto tiene un derecho prioritario. Es esta ambigüedad fundamental la que dificulta de manera radical la inclusión de los inmigrantes musulmanes.
Al mismo tiempo, se pone de manifiesto como el acceso a la ciudadanía no es suficiente para ser considerados como parte de la cultura dominante. Un ejemplo muy gráfico de esta confusión nos lo ofrece un conocido político demócrata cristiano catalán, en una intervención al programa de Televisión Española ‘Tengo una pregunta para usted’, en octubre del 2007, al ser preguntado por una mujer de origen magrebí sobre el hiyab. La mujer le hizo una pregunta referida a sus hijas, afirmando que “son españolas, nacidas en España y que se sienten españolas”. Nuestro político contestó en todo momento como si fueran inmigradas, afirmando que “estamos hablando de un debate que va más allá de lo religioso, un debate cultural”. Apeló a la superioridad de la cultura occidental e hizo un llamamiento a la mujer a integrarse “en la cultura que nosotros representamos”. La mujer insiste:“perdone, pero estoy hablando de nuestros hijas, que han nacido aquí en España…” Y el político replica: “Y si yo viajo a determinada sociedad del islam…”.La mujer insiste: “perdone usted, pero estamos hablando de España, de españolas en España”.
Nos encontramos con la incapacidad de aceptar que existen ciudadanos musulmanes nacidos en España, y por lo tanto españoles de pleno derecho, con derechos religiosos idénticos a los católicos. Esta incapacidad es un síntoma de que se sigue pensando en términos culturalistas, pretendiendo que existe una cultura dominante a la cual todo el mundo ha de asimilarse. En este caso, se trata de eludir el hecho de que todos somos ciudadanos con idénticos derechos y deberes. En el caso citado, el hecho de que la persona en cuestión sea un político democratacristiano no es un dato en absoluto anecdótico, ya que el discurso subyacente es el de España como tierra esencialmente cristiana.
En este sentido, la presencia del islam en las sociedades europeas del siglo XXI nos conduce a una reflexión y a un replanteamiento sobre nuestra identidad como país. La presencia del islam resulta perturbadora para aquellos sectores de la sociedad que piensan sus países en términos de una cultura dominante anclada en el pasado (historiografía decimonónica) como paradigma de lo español o lo británico o lo francés. Este es un problema que se da en otras partes del planeta, pero que en España tiene unas connotaciones muy especiales, en la medida en que el islam es consustancial a la identidad de España.
Islamofobia
La vinculación entre musulmán y extranjero traza una frontera entre el islam y la cultura autóctona, de modo que los musulmanes quedarían necesariamente excluidos de la misma. En los últimos años nos encontramos con una radicalización de estos discursos, que es basan en una concepción decimonónica del concepto de ciudadanía y consideran al islam como religión refractaria a la modernidad occidental. Pensadores como Giovanni Sartori han llegado a proponer la creación de la figura jurídica de la ciudadanía ‘revocable’, que seria aplicada a aquellos ciudadanos que han logrado la nacionalidad pero que se consideran ‘no integrados’en la cultura dominante. En otras ocasiones el propio Sartori ha declarado que considera a los musulmanes como colectivos ‘difícilmente integrables’. Sin tener en cuenta que muchos de ellos pueden ser conversos al islam o naturales del país.
Se considera que el islam es esencialmente contrario a los valores encarnados por la cultura dominante. De ahí se derivan patologías sociales como son la islamofobia y el comunitarismo, entendido como cierre identitario y construcción de una subcultura al margen de la cultura dominante. Dialéctica centro/periferia: las mezquitas son expulsas del centro urbano hacia polígonos industriales inaccesibles. Al mismo tiempo, se exige a los musulmanes la plena adhesión a los valores del centro urbano. No hay otro lenguaje válido que no sea el de la cultura dominante. Los extranjeros se ven obligados a aceptar unas normas de juego (un lenguaje) impuesto y pensado en términos de la cultura dominante, presentada como portadora de valores universales, el rechazo de los cuales es visto como comunitarismo.
De ahí se derivan las discriminaciones que sufren los ciudadanos musulmanes de origen inmigrante, recogidas en el informe de la OSCE sobre la situación de los Musulmanes en la UE.
• Con independencia de su origen étnico o su manera de enfocar la religión, muchos musulmanes europeos sufren discriminación en el empleo, la educación y la vivienda.
• La discriminación contra los musulmanes puede atribuirse a actitudes islamófobas, así como a resentimientos racistas y xenófobos, elementos que suelen ir unidos. Por tanto, la hostilidad contra los musulmanes tiene que situarse en el contexto más general de la xenofobia y el racismo contra emigrantes y minorías.
• Es evidente que los musulmanes están sufriendo actos islamófobos que van desde amenazas verbales hasta agresiones físicas, a pesar de la poca información que se recaba sobre los incidentes agravados por motivos religiosos.
• Los datos disponibles sobre las víctimas de la discriminación indican que los musulmanes europeos suelen estar desproporcionadamente representados en zonas con peores condiciones de vivienda, mientras que sus logros académicos están por debajo de la media y sus tasas de desempleo por encima de la media. Los musulmanes suelen ocupar puestos de trabajo que requieren una menor cualificación. Como grupo, están desproporcionadamente representados en los sectores menos remunerados de la economía.
• Muchos musulmanes europeos, sobre todos los jóvenes, se encuentran con barreras que les impiden avanzar en la escala social, lo cual puede generarles un sentimiento de desesperanza y exclusión social.
Al mismo tiempo, los mecanismos de exclusión no únicamente generan excluidos, lo cual es evidente, sino también favorecen determinadas dinámicas internas dentro de los colectivos marginados. La violencia de la cultura dominante genera la violencia de las subculturas que se desarrollan a sus márgenes. En el supuesto de que éstas tengan factores de cohesión internos lo suficientemente fuertes, llegan a confrontar la ideología de la exclusión con un discurso interno de ruptura con la cultura dominante.
La exclusión social, cultural y religiosa tiene pues su contraparte o su espejo en la tendencia de algunos musulmanes a segregarse, a generar medios de comunicación alternativos, comercios, lugares de encuentro, pautas de conducta que no estén bajo el control de la cultura dominante. Se generan dinámicas de cierre identitario, el síntoma más claro del cual es el trazado de una frontera mental entre los“propios valores” y los valores de “la cultura dominante”. Es evidente que la religión ofrece un arsenal de símbolos y de valores que pueden entrar en juego en dinámicas de tensión identitaria. El islam puede ser esgrimido en esta dirección, en la medida que ofrece una identidad fuerte como factor de cohesión interna de la comunidad excluida.
Diversidad cultural y pluralismo religioso
Todo esto nos conduce a considerar la confusión entre diversidad cultural y pluralismo religioso. En este punto la confusión es más problemática si cabe, ya que es no es propia únicamente de la cultura dominante, sino que es en muchas ocasiones compartida por los propios musulmanes. Y es justo este punto donde la confusión genera las mayores distorsiones, en la medida en que determinadas cuestiones que son presentadas como una cuestión de identidad religiosa no siempre son necesariamente tal cosa, aunque desde un punto de vista antropológico resulte prácticamente imposible separar lo uno de lo otro.
Cultura e islam no son dos fenómenos que se puedan poner en un mismo plano. Uno hace referencia a las manifestaciones artísticas, de folclore, literarias, gastronómicas, musicales, etc., que se han desarrollado en una zona concreta del planeta, y la otra a una religión universal, que se ha manifestado a lo largo de todo el planeta, en contextos culturales muy diversos. En la España del siglo XXI, encontramos a pakistaníes inmigrados del Punjab, que descubren con cierta sorpresa que son culturalmente más próximos a los hindúes del Punjab que no a los musulmanes subsaharianos. La propia existencia de españoles conversos al islam constituye una muestra viviente no sólo de que la cultura española es compatible con el islam, sino de que desde la cultura española se puede llegar al islam, en la medida en que esta sea una cultura abierta a valores universales. En este caso ya no hablamos de multiculturalidad, como en el caso de los inmigrantes originarios de países mayoritariamente musulmanes, ni del encaje del islam en la cultura autóctona. Hablamos de otra cosa: de libertad de conciencia, uno de los pilares del sistema democrático, y de la posibilidad de ser culturalmente español y espiritualmente musulmán.
En este punto la dificultad para discernir son si cabe mayor que en los aspectos anteriores. El hecho de que la religión, siendo universal, es vivida en lo particular, y por tanto no puede separarse de unas determinadas formas culturales. Pero eso no quiere decir que la forma culturalmente condicionada en que las personas viven su religión sea la única posible, sino justamente lo contrario: quiere decir que no existe una forma pura y descontextualizada de vivir la religión.
Un ejemplo típico es el de la ablación. Los musulmanes afirman mayoritariamente que la ablación es algo propio de determinadas culturas africanas pero que no tiene su justificación en el islam. Como prueba, se cita el hecho de que también los cristianos o animistas de las… Sin embargo, esta constatación no puede obviar el hecho de que para determinadas comunidades musulmanas la ablación sí es una práctica religiosa islámica o cristiana. Lo mismo podemos decir respecto al burka: no dudamos de que en realidad se trata de una cuestión cultural propia de las tribus pashtún de Afganistán, ya que en principio este es el único lugar del mundo en el cual se da este tipo de indumentaria, por llamarlo de algún modo. Sin embargo, para los pashtún está distinción entre lo cultural y lo religioso no es tan evidente, y ellos pueden argumentar que forma parte de su práctica religiosa como musulmanes. En este punto, podemos decir que nosotros discernimos entre lo cultural y lo religioso, pero que este discernimiento es difícil de hacer desde dentro de la cultura religiosa. Recientemente, en un debate sobre el hiyab realizado en el Colegio de Abogados de Barcelona, se produjo una situación curiosa, cuando una arabista afirmó que en realidad el hiyab era una cuestión cultural y no necesariamente religiosa, y una musulmana con hiyab afirmó que el hiyab era un mandato religioso que no tenía nada que ver con la cultura.
Puntos de encuentro
Este discernimiento teórico entre cultura y religión nos ayuda a encontrar respuestas a la problemática planteada, en la medida en que pone sobre la mesa la imposibilidad de separar de facto entre cultura y religión. Siempre que hay religión, esta se configura bajo unos determinados parámetros culturales. Esto puede ser un problema, en la medida en que se plantee el islam en términos de oposición a la cultura dominante. Pero al mismo tiempo puede ser una solución, en la medida en que nos hace conscientes de que toda vivencia del islam es relativa al lugar en que se vive, y por tanto nos ofrece la posibilidad de contextualizar el islam en el contexto de las sociedades europeas del siglo XXI.
Nos situamos pues ante dos respuestas posibles y opuestas a la misma problemática. Cuando se rechazan los valores de consenso en nombre del islam, podemos hablar de un fracaso compartido entre los musulmanes y la sociedad de acogida. En algún lugar del proceso de integración algo ha fallado. El fracaso puede ser achacado a varios factores.
• Fracaso de las políticas públicas, que tienden a ver a los ciudadanos musulmanes como extranjeros. Connivencia con países de origen.
• Fracaso de la sociedad de acogida. Rechazo del islam en base a argumentos de preferencia nacional, basado en un concepto étnico de la ciudadanía. Dificultades de aceptar el pluralismo.
• Fracaso de los propios colectivos musulmanes, en la medida en que vinculan su práctica religiosa a elementos culturales y son incapaces de contextualizar el islam en la sociedad en la que viven.
Este es el círculo vicioso en el cual muchos inmigrantes musulmanes en Europa se hallan atrapados. La pregunta clave, en este punto, sería la siguiente: ¿Cómo se pasa de ser un inmigrante a ser un ciudadano? O mejor: ¿cuáles son los valores que dan cohesión a una sociedad democrática contemporánea, más allá de las narrativas históricas decimonónicas? A principios del siglo XXI parece claro que las narrativas tradicionales de formación de las identidades nacionales no nos sirven como instrumento para lograr la cohesión social, sino todo lo contrario. En un sistema democrático, ninguno de los campos en los cuales existen identidades diversas puede erigirse en un elemento válido para definir la identidad colectiva. Esto es aplicable a la raza, la religión y la ideología. Un país que sitúa lo étnico como un fundamento de su cohesión, es un Estado racista. Un país que sitúa por encima una ideología es un Estado totalitario. Un país que sitúa una religión como fundamento es un Estado teocrático. Esto conduce a la exclusión de quienes no profesan dicha religión, creando una fractura en el seno de la sociedad.
Frente a estos modelos, la cohesión de una sociedad democrática solo puede estar basada en valores de corte universal, como son la propia democracia, los derechos humanos, la libertad de conciencia, la justicia social y la igualdad de género. Estos son los principios éticos y jurídicos a través de los cuales es posible lograr la cohesión social, con independencia de la religión, la etnia o la ideología de cada ciudadano.
Para terminar, quiero señalar la necesidad de trabajar en una doble dirección:
1) Por un lado, es imprescindible que los estados europeos actúen de forma clara contra la islamofóbia. No se trata únicamente de tomar medidas legales, sino de actuar a nivel pedagógico e integrar el islam como parte de las identidades nacionales de los países europeos. En el caso de España, está tarea parece relativamente fácil, dado nuestro pasado andalusí. Pero hoy en día parece que este mismo pasado es concebido por algunos como un impedimento.
2) Por otro lado, es necesario fomentar la independencia de las comunidades musulmanas respecto de las tutelas extranjeras, incluyendo tanto los intentos de control de los colectivos musulmanes inmigrados por los países de origen como los intentos de control ideológico. Existe por un lado una preocupación política por parte de determinados estados de origen poco democráticos, que temen el efecto de vuelta que pueda producirse. Por otro lado, existe una preocupación entre aquellos que se presentan como guardianes de la ortodoxia religiosa, ante la posibilidad de que se desarrolle en los países europeos una visión del islam que ponga en cuestión la ortodoxia que ellos representan, con el consiguiente cuestionamiento del liderazgo espiritual de importantes instituciones religiosas.
Como conclusión, defender la imperiosa necesidad de apoyar a aquellos colectivos dentro de las comunidades musulmanas que defienden un islam contextualizado y de convergencia con los valores básicos de la sociedad… En este punto, y como director del congreso internacional de feminismo islámico, no puedo dejar escapar la posibilidad de referirme al feminismo islámico, como discurso emergente que facilita la integración de los musulmanes en las sociedades europeas del siglo XXI, y ayuda a romper con modelos culturales machistas y discriminatorios hacia las mujeres.
Se trata en definitiva de romper con las dinámicas de marginación en marcha y de favorecer aquellas dinámicas que propicien la transformación del inmigrante musulmán en un ciudadano musulmán, plenamente integrado en su sociedad. Frente a los mecanismos de exclusión es necesario generar mecanismos de inclusión, lo cual afecta al reconocimiento del islam como parte de la cultura del país. No es únicamente a través de la consecución de los derechos jurídicos como se consigue una sociedad más cohesionada e inclusiva. La inclusión no pasa por dar el derecho del extranjero de asimilarse a la cultura dominante, sino por dar y ayudar a ejercer el derecho de participar desde su cultura en todos los mecanismos de cohesión.
…
Querido Abdenur me gusta tu manera de pensar, de percibir la realidad como una materia flexible siempre negociable y posibilista. Estoy de acuerdo en la necesidad de dar eco a discursos inteligentes y honestos como el tuyo para dar mayor justicia social al mundo en el que vivimos que por lo demás es tan abiertamente hostil a la inmigración (y por tanto tan incapaz de lidiar con una realidad imparable pues de hecho estamos ante un nuevo mundo cuya justicia social ya no será completada sino es a escala global).
Ahora bien y al hilo de eso precisamente, de una mayor justicia planetaria, no termino de entender tu concepto de “ser culturalmente español” y de “defender un islam contextualizado y de convergencia con los valores básicos de la sociedad”. De hecho, desde mi perspectiva (mas que personal, íntima) no entiendo como “ser espiritualmente musulmán” puede ser puesto al mismo nivel que ser culturalmente español.
Parece que te sitúas en una perspectiva infalible y definitiva, claramente privilegiada, la de “una sociedad democrática… basada en valores de corte universal, como son la propia democracia, los derechos humanos, la libertad de conciencia, la justicia social y la igualdad de género”. Pero si esa perspectiva fuera realmente universal y mejor no debería renunciar a mejorar todavía más y ser mas ambiciosa, a ser realmente solidaria y capaz de dar una respuesta honrosa a los pobres. Por que ciertamente la inmigración, independientemente de que sea musulmana o no, es pobre, es mano de obra barata que al ensanchar el estamento de la pobreza posibilita también la ampliación de los privilegios de los nativos que consecuentemente deberían aprovechar su suerte para promover y consolidar esos «valores de corte universal, como son…» ¿lo están haciendo?
A lo que voy es que el Islam en su aspiración de justicia no puede ni debe renunciar a “ser esgrimido en esta dirección, en la medida que ofrece una identidad fuerte como factor de cohesión interna de la comunidad excluida”. Para mí el inmigrante magrebí es doblemente legítimo, como musulmán y como pobre excluido de su sociedad y de la sociedad a la que llega. Es mucho más que un ciudadano (bueno de hecho no lo es), es un ser humano especialmente digno por haber hecho pleno uso de sus facultades “espirituales” al luchar y disponer de toda la extensión que le ha dado Allâh a la Tierra para procurar su sustento y obtener mayores opciones de progreso. Eso manda el Corán y parece que también está escrito en el corazón de millones de seres humanos de todo el planeta que no han leído el Corán pero que sienten esa misma necesidad legitima y que hoy en día son duramente reprimidos precisamente por quienes han llevado al colapso todos esos países gobernados por déspotas (la mayoría de ellos legitimados por ser demócratas y cumplir con las tramposas exigencias de Occidente) de los que o te vas o te toca vivir como una especie subhumana (definitivamente carente de la dignidad y el honor que como nos ha dado Allâh como califas suyos).
Para mí no son ni remotamente equiparables “el fracaso de los colectivos musulmanes al ser incapaces de contextualizar el islam en la sociedad en la que viven” y la tibieza de los estados europeos contra la islamofobia (y sinceramente no creo que sea descuido ni dejadez lo que convierte el Islam en el malo malote de la película en la que vivimos los “estados europeos”). No son equiparables porque la propuesta espiritual de esos emigrantes que han leído el Corán, adoran solo a Allâh y con eso unifican todos sus actos vitales en una única dirección, es infinitamente superior a la de ese occidente que se ha atribuido en virtud de nosequé el derecho exclusivo de dictar las reglas del juego.
Decías que tú y yo somos occidentales. Vale, pues como occidental el único valor objetivo que le encuentro a ese marco cultural en el que se desenvuelve este debate es la capacidad de aprender, de redimirme y mejorar (lo llaman “conversión” los curas que dieron forma a dicho marco cultural). Y digo que es el único valor objetivo ya que hay otros más complacientes y que me hacen la vida más cómoda y divertida (eso de decir lo que quiero y creer que tengo derecho a darle gusto al cuerpo siempre que respete ese privilegio en los que tengan un pasaporte como el mío) pero que no creo sean criterio para juzgar y modificar otros marcos culturales. Pues bien, desde esa convicción no creo en la negociación entre las elites económicas, sociales o políticas (es decir nativas, sean o no musulmanas) y los pobres, los excluidos u oprimidos (sean o no musulmanes). Creo sin embargo en la palabra que trae justicia y qué le vamos a hacer si la justicia supone para unos (sean nativos o no, sean musulmanes o no) que se acaben sus privilegios. Estar realmente por encima de las identidades (que es algo central en tu propuesta) es ponerse a la altura de la verdad y creo que como musulmanes, ni tu ni yo tenemos porque ser complacientes con un modelo social que se sostiene sobre las leyes del mercado, la creación de desigualdades y desequilibrios, la creación y la perpetuación de la pobreza (aunque sea y precisamente por ser allende los mares), en suma, decididamente injusto. No, creo que como musulmanes tu y yo tenemos que denunciarlo.
Salam hermano.
Gracias poir el comentario. Esta claro que el inmigrante magrebí, o cualquier otro, incluídos los que tenemos dni, somos mucho más que ciudadanos a los ojos de Al-lâh. Y esta claro que la ciudadanía no es más que una regla de exclusión: el derecho que se otorga el Estado a la hora de decidir quien es o no objeto de derechos. Todos somos Hijos de Adán, y eso pone a las identidades (que son construcciones culturales, sujetas a ideologías y factores económicos, políticos, etc.) en un segundo plano. Pero en la Europa de los «derechos humanos», unos son más humanos que los otros.
Me gusta el artículo porque me hace ver el asunto desde la perspectiva de la dificultad que representa la confusión entre el factor religioso y el fenómeno migratorio. No me gusta porque es del año 2008 y es vigente, lo que significa que si avanzamos, lo hacemos a paso de tortuga.
Hay millones de libros que definen –o intentan definir- religión y cultura. Yo me inclinaría por definiciones estructuralistas, pero dejo todo eso a los expertos. Creo que el término cultura engloba el de religión si atendemos (para atender a algo), al Diccionario de la Real Academia Española. Con una relación muy especial –¿dialéctica?-entre ambos conceptos, no están separadas, sino que se influyen mutuamente una a la otra y la otra a la una; una separación a través de una membrana permeable.
Dices “Se puede ser culturalmente español y espiritualmente musulmán”; por supuesto, por ejemplo tú mismo. Pero creo que el hecho de ser culturalmente español en lugar de culturalmente sudanés facilita tu visión de la lengua del Corán o tu visión de la homosexualidad, porque tu defiendes un Islam contextualizado en la sociedad española (en la sociedad española… y urbana, que es algo distinta de la española y rural). Y creo que el hecho de ser musulmán te ha hecho meditar en ciertas ideas que aquí ni se discuten porque tenemos como axioma y te has dado cuenta –y puedes demostrar- que no son tales. De ahí mi total acuerdo contigo en que se fomente la independencia de las comunidades musulmanas de tutelas extranjeras. Ojalá pudieras ir mañana viernes a Tariq Bn Ziyad – de Barcelona, donde vivo- y dedicar unas palabras amables al colectivo gay.
Los blogs de musulmanes se quejan de la islamofobia; los blogs de judíos, de la judeofobia (con una confusión añadida de la israelofobia). Ojalá hubiera un xenofobiómetro para medir objetivamente quién sale más perjudicado. Esto lo digo porque creo que las actitudes islamófobas son totalmente aspectos particulares de la xenofobia y de ahí que los estados europeos deben actuar de forma clara no sólo contra la islamofobia, sino contra todas las xenofobias.
Hay algunas cosas en las que discrepo. ¿Por qué en Barcelona no hay nada de filipinofobia y casi nada de latinofobia? Hay barrios donde prácticamente todos son filipinos y a nadie le importa lo más mínimo, nadie teme a esos colectivos. De la Secretaría de Inmigración y Extranjería cuelgan muchos estudios y ahí se ve que el colectivo Marroquí+Argelino es mucho menor que el latino, por ej.
Das en el clavo cuando dices que “se sigue pensando en términos culturalistas, pretendiendo que existe una cultura dominante a la cual todo el mundo ha de asimilarse”. Somos animales sociales y necesitamos pertenecer a un grupo, es una necesidad básica en la pirámide de Maslow; necesitamos pertenecer a una identidad social, y rechazamos y tememos LO DISTINTO.
¿Qué hace que a los musulmanes se les perciba más distintos? ¿Más dados a la discriminación contra ellos? ¿Quizás el hecho de que en la mezquita Tariq Bn Ziyad no aceptan mujeres? Eso no se entiende aquí ¿Quizás porque ahí no se habla español y si entro no me entero de lo que dicen? La ignorancia es la madre de la desconfianza, y quizás voy a pensar lo que no es respecto a ciertos sermones de los viernes. ¿Quizás porque no me puedo dar dos besos con las chicas musulmanas cuando las saludo porque no sé qué cosa de lo puro y lo impuro o del marido o de la suegra? ¿El hijab es un absurdo problema de “cuántos centímetros de pelo se le ven a las mujeres” como dice N. Andújar en el blogueaLES? Si es así, ¿lo prohibimos y santas pascuas? Si es así, ¿lo permitimos y santas pascuas? ¿Quizás el poder establecido en una sociedad no acepta en su seno una red particular de poder? ¿Aceptaría cierto poder fáctico en las mezquitas de Barcelona que tú, culturalmente español y espiritualmente musulmán, dirigieras la oración? No hablo de un gesto un día, hablo de que prediques lo que predicas en este blog pero en la mezquita, para trasladar “de musulmán a musulmán” tu visión. Estoy seguro que no.
En cualquier caso, cuando en el apartado “puntos de encuentro” estableces los factores del fracaso en el proceso de la integración, si bien estoy de acuerdo en los tres que citas, yo el tercero lo intercambiaría con el segundo. Cuando voy a casa de algún amigo, intento adecuarme a las costumbres de su casa; si es musulmán, voy a llevar unos postres de los que esté seguro no se ha usado grasa de cerdo en ellos; y espero de algún chino al que invite a mi casa, que no me traiga salchichas de perro.
PS: Ernesto, te has quedado sin palabras!!!
He leído un poco de la religión musulmana y he visto muchas noticias de lo que ocurre con las mujeres musulmanas tanto se ocupan de res guardarla que la tapan con todos los trapos posibles de adultas y de pequeñas las ultrajan hasta decir basta convirtiéndolas en esposas arruinando la niñez de estas pobres criaturitas que no saben ni lo que hacen porque justamente son niñas ,ustedes preocupados por que usen trapos en sus cabezas y sean religiosas con alta fidelidad a un Dios de lo mas cruel que se hace llamar misericordioso y se hace adorar por medio de un cubo no los entiendo no opino sobre si esta bien o mal eso de adorar a un Dios a travez de un cubo si lo que se ve es que es una religion extremadamente cruel con las mujeres .